
Saludé a un amigo, quien sonriente me narraba su experiencia, que nunca podré olvidar.
Me decía: conocí a una anciana, que al acompañarla en su soledad, me tomó cariño, me hizo esperar en la sala de su casa y entró por un regalo, que enseguida me obsequió.
Irradiaba felicidad y a la vez sacrificio, de desprenderse de aquel regalo, que para ella significaba mucho; era una blanca paloma, que a veces cantaba, que había guardado en su jaula por mucho tiempo, le tenía un gran cariño, por los años que la tuvo a su lado.
A partir de aquel momento, sentí que un gran sentimiento, depositaba la anciana en mi, al hacerme valioso para ella.
Tomé aquella paloma en su jaula y miré a los ojos de la anciana, que sonriente me la entregaba, porque sabía que no muy lejos, la esperaba otra vida, y yo sería capaz de cuidar de aquella paloma.
Agradecido partí, atravesé el campo para llegar a la cabaña, en medio del bosque, y al anochecer, a la luz de la vela, puse la jaula, con la paloma dentro, enfrente de mí.
La observé, mientras, escuchaba el zumbar de los árboles por el viento y lo demás era silencio.
Seguí observando a la paloma, como queriendo dialogar con ella, me llegaba un pensamiento, que claramente me decía:
¡ Quiero ser libre ! ¡ Siempre he querido ser libre ! No fui creada para estar encerrada, en esta jaula !..
Como un gran eco, estaba el pensamiento de la paloma, en mi mente:
¡ Quiero ser libre ! ¡ Quiero ser libre ! ¡ Quiero ser libre !…
De pronto me asusté y dije:
Que pensamiento más tonto, esta paloma me fue dada, como depósito de un gran valor, en el que depende el sentimiento, de una pobre anciana.
¡ Que gran fraude para ella, el dejar en libertad esta paloma !
Pero luego miré a la paloma y me transmitió su pensamiento:
La anciana sólo se ha amado a si misma, a través de mí, nunca ha querido mi libertad.
Yo con mi libertad, podría hacerla más feliz, que aquí encerrada.
Podría volar por los cielos, ofrecerle mi vuelo, mi libertad, volvería a comer semillas de sus manos, y reflejarle en mis ojos las montañas, el espacio, el color verde de los campos, la sonrisa de los niños, la grandeza de este mundo…
Le cantaría desde el fondo de mi corazón, podría hacerla mucho más feliz y sobre todo, podría enseñarle a querer, más y mejor.
Las pocas veces que llegué a cantar, fue para conseguir el alimento que en ocasiones me negaba, para poder vivir.
Desde ese momento, valoré a la paloma, no era como cualquier objeto metido en esa jaula.
Sentí una gran amiga, que tenía enfrente de mí y que hablaba con la verdad, con toda sinceridad.
Ahora, no era un objeto que simplemente tenía que alimentar, era vida enfrente de mí, me comprometía a dar una decisión : complacer a la anciana, o complacer a la paloma.
¿ Qué sería mejor ?
¿ Agradar los sentimientos de la anciana o agradar los deseos de la paloma ?
A la anciana, tenía tiempo de conocerla; la paloma, era la primera vez que dialogaba con ella.
La anciana fue dueña de la paloma y la paloma, sólo era dueña de sí misma.
Pero las circunstancias cambiaron; ahora el dueño soy yo, y la paloma tiene sus mismos deseos.
¿ Seguiré la tradición, que lleva a la paloma a ser esclava, y a mí ser esclavo de la paloma ? o ¿ Buscaré la verdad que a los dos nos hará libres ?
En ese momento, me indagó esa pregunta, que me había formulado.
Únicamente escuché el viento, que soplaba fuera de la cabaña, como invitando a la libertad.
Miré al rededor y sólo me veía a mí, frente a la jaula y ésta frente a mí, con una vida dentro de ella.
No podía descansar, era una situación importante para mí, así pasé toda la noche.
Por fin opté por tomar la jaula entre mis manos, la saqué de la cabaña y en aquel amanecer lleno de luz, abrí la puerta a la paloma, para dejarla en libertad.
Cuanto antes, la paloma aprovechó la oportunidad y emprendió con torpeza su vuelo, pues ya casi olvidaba volar.
Después de un rato, fue tomando altura, voló por el techo de la cabaña, los pinos y luego las montañas.
La dejé de ver, por mucho tiempo.
Un día, que fui a visitar a mi querida anciana, iba preocupado, temeroso de que le diera un infarto al saber la noticia.
No sabía cómo reaccionaría, pues yo sólo había decidido por la verdad y la libertad.
En el camino, no me fijé en el campo, ni en los montes, ni en los animales, sólo pensaba preocupado.
Al llegar con la anciana, me miró y se alegró.
Me preguntó por su paloma.
Sólo me concretaba a responderle: está bien, le he dado lo mejor que he podido, está feliz.
La anciana se alegraba, pero no comprendía mi preocupación.
Un día que volví para visitarla, tuvimos un diálogo, comencé por decirle: Todos los días, la paloma come de mi mano.
¡ Que maravilloso ! contestó la anciana ¿ Cómo lo hiciste ?
conmigo nunca lo hizo.
Lo logré, enseñándola a volar.
¡ Ah ! ¿ Ya sabe volar ?
Si, contesté, y a grandes alturas.
¡ Pero lo has de hacer amarrándola, de un largo lazo, para que no se vaya !
Si, así lo hago, pero con un lazo de otro tipo, es el de la amistad.
No entiendo, dijo la anciana.
En ese momento, los dos, sorprendidos, vimos parada a la paloma en la ventana.
A los dos, nos sobresaltó cierto temor.
Tomé unas semillas, que había sobre el buró, me puse de pie, la paloma volando llegó a mi mano y comió de las semillas.
La anciana se llenó de felicidad, al ver de nuevo a la paloma, cerca de ella y quizo pararse, entonces, la paloma de nuevo voló fuera de la casa y la anciana lloró.
La abracé con ternura, ella lloraba con dolor, como si todo estuviera perdido, al ver que volaba fuera, su blanca paloma.
Con frecuencia la visitaba. Siempre llegaba la paloma a comer de mi mano, hasta que la anciana aprendió a quererla con libertad.
Ella daba de comer en sus manos a la blanca paloma y veía en sus ojos la luz del sol, la sonrisa de los niños, el color verde de los montes, el azul del cielo y el brillar de las estrellas.
Desde entonces, tomaba a la anciana entre mis brazos, salíamos al campo, y mirando al cielo, gozábamos del vuelo de la blanca paloma y de su libertad.
Desde entonces y sólo desde entonces, fuimos mas felices…
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