EL PEQUEÑO PRÍNCIPE

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El pequeño príncipe, caminaba por el desierto, buscando su identidad.

Se preguntaba constantemente:

¿Quién soy, yo?

Subió a una montaña y gritaba a los cuatro vientos, en la luz del día:

 Individuo nací, e individuo voy a morir, y resucitaré a la vida eterna.

 Nadie siente lo que siento, nadie piensa lo que pienso, nadie es lo que yo soy, muchos parecidos, pero nadie igual que yo.

Yo soy yo, y soy único e irrepetible, pensando he estado, desde la eternidad y aquí estoy.

 No fuí hecho al azar, sino bien pensado, en este cuerpo, en mi ciudad, en mi clase social, en este tiempo, etc.

 Estuve pensando desde la eternidad y hacia allá voy, porque estoy llamado aquí, ahora, en este instante y momento, a regresar a la vida eterna, con el apoyo de Dios.

Caminó en la cumbre y vió a lo lejos su ciudad, prosiguió diciendo:

 Cuánto amor se ha depositado en mí, para dar fruto y cuántas esperanzas fueron depositadas en mi, para transformar mi medio ambiente, la vida de los demás y llevar almas a Dios.

 Heme aquí, sin mover un dedo, se me ha dado la vida, se me ha hecho partícipe y coheredero del amor y la gracia de Dios.

Esa armonía que no se ve, mas que con el espíritu, se ve reflejada en las labores cotidianas, en mi actuar, en mi forma de ser…

Miró al cielo, en ese momento, vió un águila pasar y dijo al viento:

 Mi espíritu está libre, para conocer y ser feliz…

Cada instante, está lleno de Dios, no me corre el tiempo, encuentro lo que mi alma anhela: paz, amor, dulzura, gracia, vida, verdadera felicidad, alegría y armonía espiritual.

Mi espíritu, no busca nada más allá, que la voluntad de mi Creador, porque al realizar ésta, lo encuentro todo.

Después se vió a sí mismo y añadió:  

 Ese amor de Dios, está aquí presente en mi corazón, no hace falta nada, todo está aquí, todo el amor, que en el cielo o en la tierra, puedo llegar a vivir, con pureza y plenitud, está aquí.

Suspiró y vivió intensamente ese momento.

Al verse tan pequeño, ante aquel inmenso desierto, se dijo a sí mismo:

 Yo y nada sería lo mismo, este mundo sería igual.

Ahí está el mundo, sus praderas, atardeceres, playas, olas, amaneceres, noches estrelladas, etc.

Aunque yo no hubiera nacido, el sol seguiría alumbrando las ventanas, seguiría calentando las aves y las plantas.

Si yo no existiera, sería lo mismo; el lobo, seguiría siendo lobo; la oveja, oveja; la piedra, piedra; el polvo, polvo.

¡¡ Si yo no existiera todo sería igual !!, Y entonces le dijo a los vientos:

 ¿Ven como no hago falta?

 Sin embargo, Dios me quiso hacer partícipe de su amor, participe de la existencia.

 Soy parte insignificante, pero esa parte, tal vez ignorada, o indiferente a muchos, en la creación, es partícipe, porque vivo el amor, porque Dios me ama y me hace vibrar todas sus grandezas… 

El pequeño príncipe, comenzó a descender la montaña y mientras decía:

Si yo no hubiera existido, no me daría cuenta de nada.

Fuí planeado, fuí creado y puesto en esta realidad.

Soy controlado, por la verdad que se me revela.

Lo más hermoso de todo esto, es ser yo mismo, como hombre, en un aquí y ahora, compartiendo la vida, con mi Dios.

Desde que nací, apenas he empezado a gozar, de ser yo mismo, como hombre.

La verdad, me ha conducido, hasta donde me encuentro, es la llave del camino, de la vida y el éxito, envuelve todo mi ser.

Ahora, sólo me pide que camine, como un niño chiquito, que empieza a dar sus primeros pasos y que apenas se sostiene en pie.

 Ahora me pregunto:

¿A dónde camino?    ¡Adelante!

 Lo importante es enseñarme a caminar bien y dominar mi postura como hombre, la verdad me irá revelando a dónde ir y qué hacer.

¡Soy tan pequeño! ¡Necesito crecer, crecer y crecer!

El cuerpo no es más, que la representación, de cómo debo crecer, en mi espíritu.

 ¡Debo crecer en Espíritu!    Ya no hablo más y se dirigió a su ciudad.

 Los vientos se llevaron su voz, pero cuando murió, los hombres se llevaron el amor, que en ellos sembró…

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