AMOR MADURO
Yo Alejandro, Puse Mi mano sobre la suya, Judith me abrazó los dedos como signo de correspondencia, luego la besé y le sonreí, mirándola con amor, pues mi esposa es mi mejor amiga, a ella mi fidelidad y confianza, solo así y con respeto, pudimos unir o negociar nuestras diferencias.
Diferentes formas de sentir, de pensar, de hacer las cosas.
Cuando nos conocimos nos amábamos, idealizando en el otro, lo que habíamos fabricado en nuestro interior, amor a primera vista, tal vez con un toque de intuición.
Pasó el tiempo y al seguirnos tratando se iba descubriendo la realidad, que en ocasiones coincidía y a veces no, con lo que pensábamos y sentíamos del otro.
El diálogo fue muy importante para conocernos más y mejor, pues es una de las columnas básicas en nuestra relación, basado en la verdad, la justicia y el respeto, así creció la confianza que nos tenemos mutuamente, como observantes del otro, relacionando la realidad, con los valores, las palabras, actitudes y formas de sentir, para hacer de todo la unidad basada en el amor.
Mucho tuvimos que perdonarnos, el amor nos ayudó a superarnos.
Nuestro amor fue creciendo y hoy que veo a mi esposa viejita, arrugada, con canas y con un poco de falta de salud, descubro el tesoro que ha estado a mi lado por tanto tiempo, como una perla preciosa que se ha formado y que, a la vista, solo se ve la concha que la envuelve, sin ningún atractivo.
El salto paulatino de lo superficial a lo profundo.
Como el vino añejado, en el que la etiqueta palidece y la botella se llena de polvo, pero a través del tiempo es mejor.
Sentados en la playa, tomados de la mano, observamos el atardecer, reflejado en nuestras vidas, que se apagan al terminar el día, para luego despertar a una nueva vida…
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